El atentado terrorista del 7 de enero contra las instalaciones del CHARLIE HEBDO en París, despertó una inmediata y unánime ola de solidaridad, diríamos que alrededor del mundo entero. El slogan JE SUIS CHARLIE pareció que se estampaba en todas las frentes y todos los corazones, incluso en los míos.
Más de un mes después, y en medio de los rumores de que el semanario parisino ha decidido suspender, por lo menos temporalmente, su publicación, y ante el atentado del mismo origen en Copenhague el reciente fin de semana, se puede tener una respuesta más desapasionada y objetiva de lo que realmente desencadenó el acontecimiento.
Han vuelto a ponerse sobre el tapete (y tal vez eso sea lo positivo del asunto) viejas cuestiones , al parecer irresolubles, sobre las que se ha debatido hasta el hartazgo a lo largo de los años, y con mayor intensidad cuando se producen hechos como el que nos ocupa.
Uno de estos ítems es el de la Libertad de Expresión, bandera que por desgracia no siempre es enarbolada por verdaderos campeones de justos, fundamentales -y necesarios- derechos, sino que muchas, muchísimas, veces sirve de escudo y excusa para todo tipo de atropellos, infracciones, agresiones y ultrajes.
Parece ocioso repetirse que no existe Libertad absoluta. Si la hubiera, tendríamos que aceptar como legales y hasta ejemplares, actos repudiables como por ejemplo: pasarnos la luz roja, o llevarnos sin pagar artefactos o productos de cualquier establecimiento comercial, o golpear o asesinar al projimo que se nos antoje, con la mayor impunidad.
Ya se ve que la Libertad no es irrestricta. No la podemos confundir con irresponsabilidad ni con impulsividad desenfrenada ni con descontrol, caso fatalmente común y cotidiano. La Libertad real conoce de límites y debe estar normada por la ética, término que, dicho sea de paso, en la vida moderna se ha convertido en una especie de mala palabra. Lo que por cierto no puede considerarse un logro de la humanidad sino más bien un retroceso en la escala de la evolución.
Y uno de los pilares básicos de la ética es nada menos que el respeto a los demás y a sus creencias y costumbres.
Para hacer terrorismo no son imprescindibles sólo los AKMs, los explosivos o misiles. También mediáticamente se puede quitar el sosiego y sembrar el sobresalto, se puede humillar, deshonrar y vejar, se puede herir y lisiar, se puede asesinar moralmente, lo que en ocasiones viene a ser peor que descerrajar un par de tiros en la cabeza de la víctima.
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